Las Bailarinas muertas

Con paciencia y regularidad Antonio Soler (Málaga, 1956) ha venido construyendo, en pocos años, una trayectoria narrativa sólida y coherente. Comenzó por el cuento y lo hizo con acierto. En esta modalidad obtuvo los premios Ignacio Aldecoa y Ateneo de Valladolid. Reunió cinco afortunadas narraciones cortas en el volumen “Extranjeros en la noche” (1992), en el cual se incluyen las premiadas en los dos certámenes citados. Después se adentró en la novela y también acertó en su cometido. En 1993 ganó el Premio Andalucía de Novela con “Modelo de pasión “. Su número de lectores aumentó con “Los héroes de la frontera” 1995. Esta novela, que recibió críticas elogiosas con todo merecimiento, fue distinguida con el Premio Andalucía de la Crítica. Y ahora, poco más de un año después, Antonio Soler acaba de ser reconocido como ganador del Premio Herralde 1996 con “Las bailarinas muertas” , lo cual ha de provocar consecuencias positivas como las de recibir la inmediata atención crítica que la novela y el premio reclaman, refrendar la consagración del autor como novelista y ampliar de forma considerable el número de sus lectores. Todo ello constituye un reto que la obra de Soler resistirá con éxito porque -debe proclamarse sin restricciones- esta última novela es excelente.

La estructura de “Las bailarinas muertas” está concebida en forma de contrapunto entre dos mundos diferentes, separados por más de mil kilómetros de distancia y conectados entre sí por la mente soñadora de un narrador que vive en uno de ellos y recibe entera noticia del otro. La historia novelada tiene lugar allá por los años 60, pero su escritura se lleva a cabo muchos años después, en un indefinido presente narrativo actual, cuando la niñez y la adolescencia del narrador quedan ya lejos y aquellos sueños de entonces se han desvanecido en el inexorable transcurso del tiempo, como todo en la vida. En la costera ciudad provinciana del narrador, Málaga, unos adolescentes apuran sus existencias entre el horizonte limitado de un barrio pobre y las ilusiones alimentadas de sueños y de sus pocos años. En el otro extremo, en Barcelona, vive el hermano del narrador, en lucha por triunfar en un cabaret del Paralelo barcelonés. Y desde allí manda a su familia cartas y fotografías con noticias e imágenes de la vida galante del cabaret y de la pensión de artistas donde se aloja. Éstos son los nexos que comunican ambos espacios opuestos en su miseria y su aparente esplendor. Y el primer y fundamental acierto de la novela radica en el insólito punto de vista adoptado para su narración: todo está contado desde la mente soñadora de un narrador adulto que se pone a la altura de su adolescencia para recrear su educación sentimental entre la pobreza de su barrio y las quimeras labradas con las noticias de Barcelona, la tierra prometida.

El autor ha procedido con suma habilidad en la transmisión y en la integración de materiales muy diversos. Ha cuidado con todo detalle que la experiencia barcelonesa pudiese ser contada sin faltar a la verosimilitud por un narrador ajeno a aquel ambiente, salpicando el texto de referencias a las noticias dadas por su hermano en sus frecuentes envíos de entonces y a los comentarios que, años después, le iría añadiendo sobre aquella época. La maestría alcanzada por Soler se manifiesta no sólo en el completo anudamiento de ambos mundos en la mente del narrador, sino también en la habilidad para esconder la primera persona del narrador en una aparente tercera persona hasta que la oportuna referencia renueva la validez de la narración autobiográfica. Esto ocurre, por ejemplo en la peripecia del boxeador frustrado Kid Padilla, quien representa en su fracaso la amargura y la miseria que también había en aquel espacio soñado entre estrellas. Pero esta cara miserable de la vida en la gran ciudad no se manifiesta con claridad hasta bien avanzada la novela. Lo cual constituye otro acierto del autor, que ha sabido ordenar en sutil graduación el acercamiento de dos mundos tan lejanos y opuestos en principio. De manera que durante la mayor parte de la novela lo que sucede o se imagina en uno y otro ámbito se conecta en el texto seguido por medio de asociaciones de motivos e ideas como la relación entre el ruido de las bailarinas con sus lentejuelas al caer muertas en el escenario y el crujir de los hierros y alambres de un muchacho con pollo entre los amigos del narrador. He aquí una de las muchas simetrías compositivas de la novela: al final será este disminuido quien acabe muriendo entre chatarra, en equivalencia con la muerte de las bailarinas del cabaret. Con distribución ajustada de materiales en forma de microrelatos que van ampliando su desarrollo eficazmente graduado y con una pertinente recurrencia de nexos que enlazan ambos mundos, el texto acelera su ritmo al final arrastrando casi a modo de corriente de conciencia, ya sin innecesarias conexiones, hechos y situaciones que se producen simultáneamente en ambos extremos y que, como el tiempo, fluyen precipitadamente hacia su fin.

Hay algún descuido de tipo morfosintáctico y ortográfico en el libro: fallos de concordancia (págs. 95, 109), errores como “coger” escrito con “j” (págs. 51, 239) o “ensalivándose” con “b” (pág. 54), un erróneo “andara” (pág. 210) Y varios usos del pronombre “le” en singular cuando lo correcto sería el plural “les”. De ninguna manera quiero empañar con estas minucias la extraordinaria calidad literaria de una obra merecedora de todos los elogios críticos. Porque su planteamiento constructivo resulta perfecto en su sostenido contrapunto de dos caras de una misma realidad vital: el agotamiento de los sueños con el paso del tiempo destructor de los más íntimos anhelos. Por los múltiples filtros y perspectivas por los que pasa la historia hasta su modelación definitiva de acuerdo con el punto de vista del narrador. Porque en su texto forjado de memoria e imaginación se han integrado sin estridencias y con suma expresividad componentes de la novela negra y de la narración lírica, aquélla en el hostil laberinto urbano de la noche barcelonesa donde se quiebra los afanes de tantos soñadores que allí han acudido y ésta en la recreación elegiaca de una educación sentimental de un aprendizaje de la vida, con el acceso a la experiencia en diferentes órdenes de la existencia sin descartar la iniciación erótico-sexual. Y, en definitiva, estamos ante una excelente novela, además de por todo lo dicho, porque está escrita en una prosa cautivadora, imaginativa, emotiva y envolvente, acorde con la tensión y la intensidad del relato, desde la ternura y la poesía de muchas páginas hasta el humor y aun la deformación esperpéntica de otras situaciones.

Ángel BASANTA