Cantos de sirena (Historia de dos fascinaciones, dos crímenes y dos venganzas) Los héroes de la frontera Tras Modelo de pasión, con la que obtuvo el premio Andalucía en 1993, aunque apenas se vio por su mala distribución, esta es la segunda novela de Antonio Soler. En aquélla se narraba la pasión, en un mundo duro, entre una prostituta y un proyeccionista de cine. Pero su mayor haber hasta ahora como escritor es su excelente libro de relatos Extranjeros en la noche (1992), que no sabemos por qué extraña razón no tuvo el eco que merecía. En Los héroes de la frontera vuelven a reiterarse algunas de las características de sus libros anteriores: la relación entre imagen y lenguaje; la marginalidad interior y el desvalimiento de los personajes, que viven como náufragos, y los duros ambientes en los que se desenvuelven, lo que genera un cierto expresionismo, aunque con ribetes poéticos. Esta nueva novela, que trata del deseo, cuenta la historia de dos fascinaciones, dos crímenes y dos venganzas, la oral del ciego y la escrita de Solé. Este, antiguo escritor de novelas para la radio, que sobrevive escribiendo las cartas de sus vecinos, nos cuenta los avatares del ciego Rinela y los acontecimientos que le relató. Al narrar Soler la vida del ciego conocemos la suya y la relación y los paralelismos que entre ambas se establecen. Uno está fascinado por los jadeos amorosos -el «ruido malva y áspero»- de Rosaura, la mujer de Chacón el trapero, que oye a través del tabique de su dormitorio. Pues al vivir su pasión a través del oído, se convence de que «la luz es una ilusión falsa ( ... ) No hay más verdad que el tacto» (página 63). Pero, además, le reprocha a Solé, su interlocutor, que sólo vea la forma de las cosas y no las cosas, que no sabe ni cómo alientan ni cuál es su naturaleza (página 118). Recuerdos El narrador es un ser solitario y derrotado, que se pregunta por su identidad, como un leiv motiv a lo largo del relato. Sueña con Laura, con su pasado y con las desgracias de su vida, aunque es consciente del dolor que producen los recuerdos. Antonio Soler plantea en esta novela un tema que se repite con significativa insistencia en la última narrativa española: el artificio del realismo tradicional, el valor de la imaginación frente a la realidad y cómo ésta a menudo no es más que un espejismo que acaba por desilusionamos. «Las cosas --le dice el ciego al narrador—no son como las habiamos esperado (…), ni siquiera los mejores sueños se mantienen de pie una vez que les metemos la vida por medio” (páginas 107,147). Estructura y espacio responden perfectamente a las necesidades narrativas de la historia. Aquélla se basa en el relato oral de Rinela, para que Solé lo transcriba, como una larga carta, que sirva para prevenir una posible venganza del trapero. Este juego entre lo oral y lo escrito, entre lo que relata Rinela y lo que recibimos escrito, se complementa a la perfección con el espacio en el que transcurre esta pesimista historia. El barrio y la taberna -espacios, ambos, de encuentro y de tertulia- apenas esbozados, aparecen como los lugares propios de estos héroes fronterizos, que la vida y el tiempo ha arrinconado, que existen en soledad, para que desde ellos calibren un mundo que se les presenta como estrecho y ajeno. Si las dos historias (Rinela/Rosaura, Solé/Laura) deberían de estar más compensadas en la trama, los aciertos mayores los consigue el autor en el lenguaje, en las evocaciones que el ciego hace de los amores de Rosaura y en el crimen/carnicería que el matrimonio perpetra contra Jan Bolnes, el misterioso extranjero. Pero también en cómo logra que imágenes y lenguaje vayan de la mano logrando un texto que nos cautiva, que se lee de un tirón.
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