NOVELA-EVOCACIÓN DEL PASADO ADOLESCENTE “El espiritista melancólico” Autor: Antonio Soler Escritor, escritor. Esta aparente redundancia, en estos tiempos literarios nuestros, sirve para separar el grano de la paja y uno la encuentra hasta necesaria cuando da por terminada esta novela de Antonio Soler. "Un escritor es un lenguaje", tiene dicho Soler a propósito de su admirado Caballero Bonald, pero es cosa que bien podría decirse a sí mismo, como frente a uno de esos espejos hechos de tiempo que hay en este libro. Porque, en El espiritista melancólico, una amarga exploración de la memoria y los pasados y presentes que en ella habitan, el lector encontrará sobre todo un lenguaje, una cadencia, un ritmo de narración que se deben a un escritor, escritor. Los distintos planos temporales que se confunden, las voces encontradas, la atmósfera que envuelve los diálogos son parte de un estilo que consigue, esta vez sí, conducirnos hasta las últimas páginas con el interés intacto; ese tipo de densidad que nos habla de que las historias son sobre todo cómo se cuentan. Los personajes de Soler buscan y en su búsqueda, desorientada, desamparada, triste, padecen, son barcos varados. "¿Dónde me abandonó la vida?", se pregunta el periodista Gustavo Sintora, cuyo rastro sigue el narrador y seguimos con él nosotros. Si se trata aquí de una novela negra, de iniciación, de educación sentimental o de otro género, no importa mucho, a Soler le interesan las arrugas del tiempo, "el campo muerto de los recuerdos", y sabe atrapar ese vaho. Escapa, además, a sus propias trampas, lo que suele traer la ruina a las mejores empresas. Por un lado, respeta las mínimas reglas -"la barandilla", como decía George Simenon- que se le suponen a una novela que se inicia con un crimen a esclarecer, pero no escamotea una solución a la cómoda manera de otros; por otro, consigue resistirse a la excesiva atracción de la melancolía y la nostalgia por lo perdido que lleva casi siempre hacia la simplificación. En fin, juega limpio y el sabor a derrota de su relato sabe a verdad. Quizá los que peor parados salen son los -is- mos, entendiendo así el espiritismo y el erotismo que entran y salen de la narración y que podría decirse que no pasan de ser accesorios, habiendo como hay tanto que no lo es. El autor, después de publicar El nombre que ahora digo, confesó haber dejado pendiente una historia que bien pudiera ser esta y que sospechamos que tiene que ver con aquella más de lo que parece, incluido un paisaje republicano y de Guerra Civil al fondo. Antonio Soler, que sitúa la acción de El espiritista melancólico en su Málaga natal, madura con esta obra una carrera que le ha procurado varios e importantes premios y en la que somos capaces de reconocer el buen oficio de escritor. Ángel CABO |